Un Mes de Aventura

Hace ya poco más de un mes que nos embarcamos en una aventura como familia. Empacamos nuestras maletas y salimos con rumbo a mi tierra natal. La tierra que ama mi corazón y que nunca habría dejado de no haber sido por el llamado al matrimonio y a ser madre que hoy me tiene aquí. Hacía 6 años que no visitábamos y estábamos emocionados anticipando la visita.

Ya estamos de vuelta. Estoy feliz de estar en casa y triste de haberme ido. Hace algunos años no me habría concedido la dualidad de emociones. Siempre pensé que sentir una automáticamente cancelaba a la otra y no se me hacía justo estar feliz en honor a quienes dejaba atrás, pero tampoco se me hacía justo estar triste en honor a quienes viajaban conmigo. Ahora estoy muy agradecida de poder comprender que ambas emociones son igualmente válidas y posibles.

Me aseguré de que todos tuvieran un diario de viaje donde procesar y registrar sus recuerdos, lo gracioso es que olvidé llevar uno para mí. La verdad es que aun si hubiera tenido uno, no creo haber tenido tiempo de procesar y escribir. Cuando Ben y los niños tenían la oportunidad de refundirse en algún rincón a leer o a escribir, yo estaba sacándole el jugo a cada minuto de visita que pude. Así que me toca ahora, procesar mis recuerdos antes de que las pocas neuronas que me quedan se ocupen tanto con la vida que se olviden de los bellos momentos que vivimos. Permanezcan en sintonía, si les interesan las vivencias de nuestra aventura.

La noche antes de salir, un amigo nuestro vino a quedarse a dormir para llevarnos en la madrugada a Montreal. Aunque vivimos en Nueva York, resulta que el aeropuerto de Montreal nos queda mucho más cercano que el de Syracuse u otras ciudades norteamericanas. A las 4 de la mañana salimos con rumbo a Canadá, al aeropuerto de Montreal. En la chequeada nos fue bien, aunque fue un tanto largo. Pasar por seguridad también fue muy fluido y la gente en el aeropuerto, muy amable y sorprendida del tamaño de nuestra familia. Nos acomodamos en la sala previos a abordar, comimos croissants que Ben compró y esperamos paciente y ansiosamente la llamada de abordaje.

No fue sino hasta escuchar dicha llamada y formarnos en línea cuando nos dimos cuenta de lo nerviosos que algunos iban. Pero nos acomodamos y logramos que el despegue fuera una experiencia tranquila para todos. Sin embargo, sin duda la mezcla de nervios y la tendencia a mareos le jugaron a Benny una mala pasada y el pobre vomitó 7 veces en el vuelo de 6 horas. Aterrizando en México y anticipando una oportunidad de comer, descansar y darle un respiro a Benny salimos del área de llegadas internacionales a toparnos con la locura que es migración. Creo que se deberá a las remodelaciones que parece que le están haciendo al aeropuerto, pero el asunto era una locura. Las líneas enormes y muy poca ayuda para los viajeros. De allí que llegáramos a la ventanilla con los 9 formularios de migración dentro de los 9 pasaportes sólo para que nos dijeran que estaban incompletos y que nos mandaran de nuevo al principio de la línea. Con niños cansados, hambrientos y un Benny deshidratado y desanimado, buscamos un espacio donde trabajar y Elena y Adriana me ayudaron a terminar los formularios. Luego, en lugar de irme al final de la fila como me indicaron, me colé (¡no juzguen a una madre de 7 niños hambrientos!). Pasar por seguridad fue otro circo, pero lo logramos y caminamos las 75 puertas de abordaje hasta llegar a la que nos correspondía.

Benny todavía vomitó otras dos veces pero logró descansar un rato antes de abordar el siguiente avión.

Benny todavía vomitó otras dos veces pero logró descansar un rato antes de abordar el siguiente avión.

Comimos algunas de las cosas que llevábamos empacadas y pacientemente esperamos la llamada a abordar el siguiente avión.

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Elena ofreció sentarse con Sebastián en el siguiente vuelo para que yo pudiera sentarme con Benny y ayudarlo ya que se sentía tan mal. Adriana se sentó con Victoria, Giselle y Leo se sentaron juntos y Ben fue el único que se sentó a la par de un extraño. Nuestros asientos eran los últimos del avión y al final eso resultó ser de bendición. Benny logró dormir el vuelo completo, pero fue a Leo a quien le tocó vomitar un par de veces en este avión. Giselle manejó la situación con la mano en la cintura y lo ayudó y se quedó sentada a la par de él cuidándolo. Leo, por su parte, estaba demasiado emocionado como para dejar que se le arruinara la experiencia y siguió tan fresco y tranquilo como si nada hubiera pasado.

El conductor que contratamos fue un señor de lo más encantador, cristiano y de buen corazón. No sólo recogió a mi mamá camino al aeropuerto para que ella pudiera recibirnos sino que nos pasó a la casa de mis papás un rato antes de llevarnos a la Antigua. Pude saludar a mi papá esa misma noche.

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Cuando yo era pequeña mi Mamita, la mamá de mi mamá, vivió con nosotros durante temporadas y compartía mi cuarto. Uno de los anhelos de mi corazón conforme los años han ido pasando y ella lentamente va entrando en sus últimos días era poder irme a acostar en su cama como cuando era niña. ¡Fue el deleite de mi alma poder hacerlo!

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Ella disfrutó conociendo a todos mis hijos. Yo disfruté dándole la sorpresa de que tengo siete hijos cada vez que nos vimos. Cada vez me hizo la misma pregunta y tuvo la misma reacción y me dio tanta risa.

Luego de comer un poco, nos encaminamos en el viaje de hora y media hacia Antigua. Habremos llegado tipo 9:30 quizás y para cuando habríamos desempacado lo suficiente para acostarnos a dormir eran ya las 11 en hora local. Eso quiere decir que para nuestros cuerpos cansados era ya la 1 de la mañana. Sin lugar a dudas fue el día más largo que hemos vivido como familia.