Al igual que el día anterior, la noche del segundo día nos trajo huéspedes. Mi mejor amiga, Karin, llegó con sus dos hijos a pasar unos días con nosotros.
No nos habíamos visto en unos cuatro años (creo?). La última vez que nos habíamos visto fue cuando ella y su esposo (qepd), Rogelio, nos habían venido a ver cuando su hijo mayor tenía sólo 7 eses. En el curso de los dos años siguientes, Karin perdió a su esposo súbitamente y desde entonces se ha estado recuperando, y volviendo a encontrar sus alas. Hay muchas cosas difíciles de vivir lejos de la familia —de la familia con quien uno creció. Aunque es cierto que sin duda alguna perder seres queridos es sumamente duro, uno de los procesos más difíciles que he experimentado viviendo lejos ha sido continuamente la pérdida del esposo de Karin. No puedo empezar a explicar lo devastadora que es la incapacidad de estar allí para apoyar y ayudar a alguien tan cercana y tan querida en un momento tan difícil y terrible. Yo estuve allí cuando falleció su papá. La serví, la cuidé, traté de ayudarla. Esta vez no pude hacer ninguna de esas cosas y su duelo era mucho más cruel. Desde ese horrible día en que Rogelio murió, me he puesto a su disposición por teléfono. Nunca le he dejado de contestar sus llamadas para al menos escucharla cuando necesita hablar de su dolor, de su proceso de aprender a vivir con su ausencia. Pero aún eso se siente tan poco, tan insignificante, ante una pena y necesidad tan grande. Pero DIOS… en Él he confiado su cuidado y lo poquito de ayuda que le he podido dar escuchándola en silencio, llorando con ella y algunas veces tratando de exhortarla. Verla era una de mis prioridades en este viaje.
Entre que bajaba niños somnolientos y todo su arsenal del carro, paramos, nos abrazamos a media calle y lloramos. Por unos pocos segundos el mundo se detuvo. Pero como la vida con hijos nunca se detiene por mucho tiempo, rápidamente nuestros hijos correspondientes nos separaron y seguimos con la descarga de equipaje. La vida sigue. En ese corto momento logramos comunicar mucho más de lo que a veces se puede decir con palabras y luego nos entregamos a la vida —a las vidas— que nos rodean.
La mañana siguiente salimos a desayunar al “Tenedor del Cerro” un lugar lindísimo. Ya habíamos visitado este lugar hacía seis años con el esposo de Karin, todavía estaba en construcción pero prometía ser espectacular. Las vistas son increíbles, la comida exquisita y hay arte en exhibición para donde uno mire en este complejo de belleza natural. ¡Tristemente, se nos olvidó la cámara ese día!! Y con la situación del tráfico en Guate y el principio del feriado (para esto era ya el 13 de septiembre), sabíamos que tendríamos que salir rápido para llegar a la iglesia a tiempo esa noche. No logramos explorar el lugar y nos fuimos con la esperanza de regresar otro día.
Pasamos a la casa a cambiarnos de ropa y volvimos a cargar el carro para irnos a la capital y a la iglesia. Nos habrá tomado una hora y media (?) llegar a la iglesia. Estacionamos y de la iglesia nos hicieron favor de llevarnos al Centro Comercial Eskala a pasar la tarde. Esa noche me habían invitado a compartir con los jóvenes en la iglesia. Vitrineamos un rato, comimos y luego nos recogieron para llevarnos de vuelta a la iglesia en tiempo para el servicio.
Los chiquitos se fueron a sus programas correspondientes. Leo y Victoria quedaron juntos con Chris e Iker (los hijos de Karin), Giselle y Benny quedaron juntos también. A Elena y Adriana les habría correspondido ir a jóvenes, así que ellas se quedaron con nosotros, al igual que Sebastián.
Los jóvenes - JUVELIM - se reunen en otro edificio en la propiedad de la Iglesia.
Para quienes no lo saben, la iglesia en que crecí es bastante grande. En el auditorio cabrán unas 3,000 (?) personas. Hay servicios los martes, los viernes y tres servicios los domingos, uno a las 8:00, otro a las 10:30 y el último a las 6:00 p.m. La iglesia tiene también un colegio, un hogar para ancianos y otros ministerios de alcance y servicio a la comunidad.
Algunos de los jóvenes en ese servicio en que estuve, son hijos de mis amigos de mi tiempo en jóvenes. ¡¡Qué increíble!!
Al final del día, los niños, que habían estado un poco renuentes a participar en sus programas se lo pasaron de maravilla y Benny y Giselle, en especial, esperaban poder reconectar con su maestra favorita, Ana Lucía. Más aún cuando se enteraron que sus papás son amigos muy queridos y que yo la cuidé a ella un fin de semana mientras sus papás ministraban en un retiro de matrimonios cuando ella tenía menos de un año. ¡Sin mencionar que ahora tiene 24 años!!
¡Fue un honor estar allí y compartir con este grupo de jóvenes y estoy muy agradecida por la oportunidad!
Regresamos a la casa tarde después del servicio y descansamos.