Primero quiero aclarar que no creo que vaya a escribir un blog por cada día de viaje. ¡No los quiero abrumar con la idea de que tendrán que leer un libro! Supongo que algunos de los días los agruparé para resumir. Gracias por seguir nuestra aventura. Compartir con ustedes estos días me da la oportunidad de revivirlos y los deja fijos en algo más permanente que mi memoria.
Olvidé mencionar ayer que mi hermano, Jonathan, se trajo a mi papá esa noche para quedarse con nosotros. Recibimos el segundo día en Antigua con mi papá en casa.
Un corto cambio de tema: Cuando recién llegamos a Guate. quise preparar a todos a que no echaran el papel toilet al inodoro, ya ni me acuerdo de dónde exactamente fue, creo que tal vez fue en el aeropuerto. Estaba a media explicación, diciéndoles cómo las tuberías en Guate no están hechas para eso, etc., cuando Leo me interrumpe con exuberancia extática y dice: “¿O sea que no nos tenemos que limpiar???!!!” ¡Sólo a este mi gordo se le pudo haber ocurrido¡ ¡Nada como la honestidad de un niño de 6 años para mantenerlo entretenido a uno.
El segundo día fue un día común y corriente, de cierta forma y a la vez uno de los más… ¿interesantes? del viaje.
La mañana la pasamos tranquilos esperando a Ben y a mi hermano, Jonathan, que habían ido a la capital a recoger el microbús que alquilamos. Seguro que más adelante encontraré una foto para enseñarle a quienes no lo hayan visto. Entre desempacar y acomodarnos, todos encontramos algo qué hacer. Los niños exploraron la casa y experimentaron con la cámara.
Por aquello de que allá no se puede tomar agua del chorro y de que nos terminamos muy rápido lo que quedaba en el garrafón de la casa, teníamos que ver cómo resolvíamos lo del agua. En la casa hay una ama de llaves que, como la casa tenía mucho de no alquilarse, no había tenido necesidad de comprar más garrafones de agua y no sabía cuándo pasaría de nuevo el camión. A propósito de esta ama de llaves, se llama Sonia y es una joven muy dulce y amable, nos atendió de maravilla y “venía con la casa”. Las palabras expresas de la dueña fue que Sonia estaba allí para recibirnos y hacernos sentir en casa y vaya si no lo hizo.
A mi brillante hermano, Jonathan, que ha trabajado muy de cerca con Ecofiltro, se le ocurrió que podríamos prestar uno para que nos sirviera durante nuestra estadía. No solamente nos prestaron el filtro, sino que también nos permitieron hacer un tour de la fábrica dirigido por mi hermano. Si no están familiarizados con los filtros, el resumen es que este señor buscaba un medio de proveer agua limpia para tomar en pueblos y aldeas de necesidad. Literalmente se puso a jugar con lodo y aserrín y formó un barro al que le mezcló carbón y le dio forma de contenedores. Los contenedores los hizo de forma que cupieran dentro de las cubetas de plástico de 5 galones, las baño en plata coloidal, les puso un dispensador y listo. Estos filtros purifican agua de cualquier fuente y se pueden llevar a cualquier lado. Para financiamiento empezaron a trabajar y promover para venta otros materiales como peltre, barro y cerámica. Seguramente los habrán visto ya, si no han comprado uno y siguen comprando Salvavidas o Scandia, les recomiendo que inviertan en el filtro. Mi otro hermano, Josué, se nos unió en esta excursión.
A propósito, si no conocen a mis hermanos y les interesa distinguirlos, hay dos formas en que mis hijos pequeños lo hicieron durante todo el viaje: Victoria preguntaba “Mami, ese el el claro o el oscuro” (El “claro” es Josué y es 7 años menos que yo, el “oscuro” es Jonathan y es 10 años menor que yo). Leo preguntaba, “Mami, ese es el “cool guy” o el chistoso?” (En este caso, el “cool guy” sería Jonathan (cuyo segundo nombre -dicho sea de paso- es Leonidas, como mi papá y como Leo y que mi Leo no sabía que compartían nombre cuando se identificó más con él que con Josué).
Del súper, pues qué les diré… excepto que no fue nuestro mejor día. Para empezar yo nunca había hecho un súper para mi familia en Guate porque nunca nos habíamos hospedado en nuestra propia casa, además, JAMAS había comprado en La Torre (¡aunque ud. no lo crea!) — recuérdense que yo no fui ama de casa de soltera. Yo soy una criatura de hábitos y rutinas, encontrarme de repente en un supermercado completamente extraño, sin lista y sin la menor idea de qué íbamos a estar haciendo en los próximos días de la semana y encima tratando de convertir todo a Dólares para ver si era buen precio, me resultó abrumador. La mente se me congeló. Podemos agregar a la ecuación un mal entendido entre Ben y yo en cuanto a la dichosa lista de súper (Ben creyó que yo la iba a hacer mientras él recogía el carro, yo… no sé qué pensé, pero claramente no la hice). En un día normal, esto habría sido fácil de resolver. Tomó toda una serie de discusiones, mal entendidos por parte de todos; mis papás que no entendían nuestra discusión; los niños a quienes se les dijo que escogieran una caja de cereal cada uno y -sin saberlo- cada uno escogió la caja de cereal más cara del universo, pues… ya se imaginarán. Baste decir que al llegar a la casa hubo que tener una reunión de la Levendusky Nation y se intercambiaron numerosas disculpas. ¡Si le preguntan a mis hijos cuál fue el momento que menos les agradó del viaje, estoy segura que dirán en unísono que fue la ida al supermercado! Al final del día nos logramos poner de acuerdo en la cena de esa noche y nos fuimos con todos los ingredientes necesarios para prepararla.
Pero como no solamente servimos y amamos a un Dios maravilloso —que nos ama y sirve aún más a nosotros— y que todo lo redime para Su gloria, el día no terminó en una nota triste o de frustración sino que pudimos darle la vuelta completamente. Terminamos el día con una cena familiar con mis papás y mis dos hermanos compartiendo nuestra mesa. Habría sido muy probablemente más de 6 años (¿?) de que eso había sucedido y no se volvió a dar durante el resto del viaje. ¡Siempre atesoraré los momentos que compartimos esa noche!